Los agentes tóxicos de destrucción, desde su aparición en los escenarios bélicos, provocaron una repulsión generalizada por sus características insidiosas, sus secuelas a largo plazo y sus efectos letales sobre la población civil.
ANTES DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
El primer acuerdo internacional en condenar el uso de armas venenosas fue el acuerdo entre Francia y Alemania de 1675 que prohibía el uso de “bombas cargadas de veneno”.
Posteriormente, en 1899, en el marco de la Primera Conferencia de Paz Internacional, celebrada en La Haya, las naciones europeas firmaron la Convención de La Haya en la cual renunciaron “emplear proyectiles que tengan como objetivo dispersar gases tóxicos y asfixiantes”. Esta Convención también contenía una cláusula que prohibía el uso de medios de guerra que pudieran causar sufrimientos innecesarios.
DURANTE Y DESPUÉS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Sin embargo, la Convención de La Haya no logró prevenir que los Estados signatarios usaran armas químicas durante la Primera Guerra Mundial (1914 - 1918). En efecto, durante esta contienda las armas químicas fueron utilizadas por primera vez a larga escala, estimándose que para el final de la guerra se habían utilizado aproximadamente 124 toneladas de agentes químicos que causaron más de un millón de víctimas, 100 mil de las cuales fueron fatales.
Luego de la Primera Guerra existieron distintas iniciativas para prohibir el uso de armas químicas. En este marco, en 1925 se firmó el Protocolo de Ginebra (17/06/25) que expresaba la condena internacional del empleo de sustancias químicas agresivas como métodos de guerra, e incluía además a las armas bacteriológicas.
Este Protocolo, no obstante, no logró institucionalizarse como un instrumento eficaz y contundente, principalmente por dos razones: por un lado, porque la mayoría de los Estados que la ratificaron lo hicieron con la reserva de utilizar armas químicas como represalia, y por otro lado, porque este Protocolo sólo prohibía el uso y no la producción o el almacenamiento de armas químicas.
DURANTE Y DESPUÉS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), ninguno de los bandos en conflicto inició un ataque con armas químicas, ya sea en el frente europeo como en el africano. Entre las diferentes razones, podemos encontrar las perspectivas de represalias, el alto grado de protección de las tropas para este tipo de armas, y la reluctancia de utilizarlas por motivos morales.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial se intensifican las negociaciones para alcanzar un acuerdo efectivo.
Durante la década del ‘60 la mayor parte del trabajo diplomático sobre armas químicas y biológicas se llevó a cabo en el marco del Comité de Desarme de 18 Naciones, órgano establecido en Ginebra en 1961 con la responsabilidad de conducir las negociaciones multilaterales de desarme. Posteriormente, con el ingreso de nuevos Estados a su seno, este órgano fue cambiando de nombre: primero Conferencia del Comité de Desarme, luego Comité de Desarme y finalmente, Conferencia de Desarme.
En 1968, se iniciaron las discusiones sobre armas químicas y biológicas en el marco de la Conferencia de Desarme, en Ginebra. La misma contó con reuniones plenarias y consultas informales, en el transcurso de las cuales se fueron negociando los distintos tratados de desarme.
A partir este momento, las armas químicas y biológicas, que siempre habían sido tratadas en conjunto, comenzaron a ser examinadas como dos temas y áreas separadas. Esto se debió a la percepción de que si bien era posible alcanzar, a corto plazo, un acuerdo comprensivo que prohibiese las armas biológicas, un accionar similar en cuanto a las armas químicas requeriría un proceso de entendimiento más complejo.
En este marco, los negociadores de Ginebra acordaron adoptar un enfoque “paso a paso” cuyo principal resultado fue la firma, en 1971, de la Convención sobre el Desarrollo, Producción y Almacenamiento de Armas Bacteriológicas (Biológicas) y Toxínicas y sobre su Destrucción, que fue aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas y abierta a la firma en 1972, entrado en vigencia el 26 de marzo de 1975.
Este instrumento fue considerado un paso importante en el establecimiento de un acuerdo comprensivo de prohibición de las armas químicas, principalmente, porque en su artículo IX contiene un compromiso de los Estados Partes de continuar las negociaciones para lograr tal cometido.
Con posterioridad a la conclusión de la Convención de Armas Biológicas, en 1972, y en conformidad con su artículo IX, los negociadores de la Conferencia de Desarme en Ginebra se focalizaron en el establecimiento de la Convención de Armas Químicas. Las negociaciones sobre la CAQ duraron mucho más, y progresaron a un ritmo desigual a medida que los grandes avances reflejaban los cambios políticos y de otra índole (ver detalle de negociaciones en la próxima carpeta).