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Rafael Antonio Bielsa

Miércoles 9 Febrero 2005
Discurso del Sr. Canciller Rafael Antonio Bielsa
Condecoración otorgada por la República de Chile
Discurso de agradecimiento

El primer Chile de mi vida está en la biblioteca de mi abuelo, como tantas otras cosas cordiales

Yo aprendí a leer prematuramente, un poco para compensar todas las cosas que hice tardíamente durante el resto de mi vida

En esa biblioteca, que pesquisaba como un arqueólogo todavía con gusto a leche, había un volumen de tapas verdes y rígidas, cubiertas por tela gastada, la Gramática castellana destinada al uso de los americanos de Andrés Bello

Como el niño que era, implacable e ignorante de la caducidad de las cosas, encontraba que las personas mayores utilizaban incorrectamente las palabras, y las corregía para mi propio uso. Mi abuelo me había comentado distraídamente que Andrés Bello era un chileno portentoso, y que Chile era un país con habitantes de gran formación jurídica que estaba del otro lado de la cordillera. Por eso, para mí, "Andrés Bello" fue "Andes bellos", y todavía se me tropiezan el nombre, el apellido, el sustantivo y el adjetivo cuando me viene a la memoria su rostro melancólico y expresivo Muchos años después me enteraría de que era venezolano de nacimiento, que el 15 de octubre de 1832 el congreso de Chile lo declara chileno legal, con la plenitud de derechos del ciudadano chileno, que antes había escrito un largo poema, en endecasílabos asonantados, titulado «A la vacuna», que en 1814 solicita al gobierno de las provincias del Río de la Plata ser trasladado a Buenos Aires y que -como tantas otras cosas- nos lo perdimos, que en 1822 Antonio José de Irisarri, guatemalteco, ministro de Chile en Londres, lo nombra secretario de la legación, que un estudio suyo, "la diferencia de uso de las tres conjunciones consecutivas que, porque y pues" se extravió irremediablemente, y, que esas dos grandes silvas, la alocución a la poesía y la agricultura de la zona tórrida, dos ramas de un poema inconcluso que no llegó a escribir nunca: América, les son debidas

"Andes bellos", el primer Chile que me tomó de la mano, me impresionaba, porque así como yo le cambiaba el sentido y la grafía a las palabras, el también escribía distinto. Todavía recuerdo una frase que, vaya a saber por qué se me quedó grabada; "entre colegiales y gentes de buen humor", las "ges" escritas como "jotas", y la "y griega" como "i latina"

Después pasaron los años, muchos dentro de aquella biblioteca, a la que empecé a sumar mis propios libros. Los del hombre del traje de gabardina verde botella, Pablo Neruda. Los de Vicente Huidobro, que regresó a Chile luego de la Segunda Guerra Mundial, donde se había enrolado en el bando de los aliados, y exhibía ante la prensa con rostro imperturbable una mochila mohosa que afirmaba que era el teléfono particular de Adolf Hitler. Los de los regionalistas Mariano Latorre y Luis Durand. Los de Gabriela Mistral, cónsul chilena en Nápoles y quien mejor ha descrito el mes de abril austral en lengua castellana. La "Antología de poesía chilena nueva", de Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim. Los de Pablo de Rokha, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn, José Donoso

El primer Chile de mi vida eran habitaciones donde se imponía la penumbra, con rumores y voces remotas, y el ruido de pasos sobre madera gastada. Creo que el segundo Chile es el posterior a Neruda, que incorporó escudillas de greda negra de Quinchamalí rebosantes de pebre, las jarras panzudas de vino pipero, los "potrillos", grandes vasos acanalados de color verde oscuro

Luego vino el 11 de setiembre de 1973. A partir de entonces y por muchos años, Chile fue para mí esencialmente el diálogo entre un capitán del ejército y Pablo Neruda. "Busque nomás, capitán", dice todavía Neruda. "aquí hay una sola cosa peligrosa para ustedes". El oficial dio un salto. "¿qué cosa?" Preguntó, alarmado, llevándose una mano, quizás, a la funda de su pistola. "¡la poesía!", le contestó el poeta.

Luego de la sombra, volvieron lentamente los años de luz, y con ellos expresiones entrañables que el decir chileno donó generosamente a la lengua: sombrero enhuinchado, tocar una cueca a toda pastilla, para que no te botes a gallito de la pasión, un par de argentinos hablantines, corbata de papillón, mínimos cataclismos sonoros que para siempre vagarán esperando su instante por mi memoria

El Chile de hoy en mi vida, el que desprendidamente me otorga esta condecoración que no merezco, carece de caballeros de patillas blancas y rostros rubicundos que murmuren "este país no tiene remedio". Bellamente, apelando a las mejores herramientas de la condición humana, con la razón y el acuerdo que mueven cordilleras, con la crítica y la idea, esos entes abstractos con los que Víctor Hugo afirmaba haber conversado personalmente durante sus sesiones espiritistas, el Chile de hoy remedió sus dolencias y afronta el mundo como una proa mineral e infatigable que bate los océanos buscando su destino. Jean Cocteau dijo que Víctor Hugo era un loco que se creía Víctor Hugo. Parafraseándolo, podría decir que Chile es un sueño que se convirtió en Chile. La Angelita Huenumán de Víctor Jara, su Amanda, su Luchín, se enlazan con un futuro que le hubiese gustado vivir

Recibo esta condecoración, señor embajador, en nombre de mi país, con el sentimiento caudaloso y estremecido que precede al abrazo entre dos hermanos.