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Rafael Antonio Bielsa

Viernes 20 Mayo 2005
Discurso del Sr. Canciller Rafael Antonio Bielsa
Condecoración con la Orden Nacional do Cruzeiro do Sul
Discurso de agradecimiento al Gobierno de Brasil

Los antiguos cuentan que la Cruz del Sur siempre fue clave para ubicarse en las rutas australes. Era conocida en la antigüedad egipcia, helénica y romana y por efecto de la retrogradación de los equinoccios adoptó latitud austral. Magallanes, Marco Polo y Américo Vespuccio fueron algunos de los que aprovecharon el descanso nocturno de sus marinos para observarla, para guiarse, para dejarse hipnotizar.

La Cruz del Sur -que hasta el siglo XVIII era parte de Centauro- formada por 44 estrellas incluidas las brillantes Alfa y Beta Cruz, es la más pequeña constelación de todas. Al contrario del Polo Norte, que tiene la estrella Polaris en la Osa Menor para señalarlo, el Polo Sur es estéril en cuanto a estrellas. De ahí la importancia celeste de la Cruz del Sur: prolongando cuatro veces y media el crucero mayor encontramos el polo sur celeste, por donde pasa el eje imaginario de rotación terrestre.

Muchas culturas aborígenes reflejan, de distinta forma, la creación de esa constelación como consecuencia de la huída hacia la libertad, de un humano o de un ave. Gracias a Eduardo Galeano, ese inefable amigo oriental, sabemos que la utopía se nos sitúa en el horizonte, siempre inalcanzable, sólo para hacernos caminar. Puede que por eso esté puesta la Cruz del Sur en el cielo desde tiempos inmemoriales: para recordar nuestra condición de finitos, nuestra inmensa soledad en el azul del espacio, nuestra fragilidad ante la prepotencia de lo inabarcable. Pero también para darnos ruta, para guiarnos, para acompañarnos en la noche absoluta de los mares del sur, para llevarnos hacia alguna parte. Hacia la libertad, por ejemplo.

Así estamos ahora, los habitantes del sur del planeta, encandilados por la Cruz del sur, maravillados por su brillo azul, situados en este magnífico recinto que diera en llamarse el palacio de los arcos. Fruto de la infinita imaginación del célebre Niemeyer y del trabajo porfiado de los obreros. Este palacio, como toda su obra, tiene la fuerza de la monumentalidad, en una construcción que convive con el entorno ambiental con la naturalidad de las ideas geniales.

Como tantas construcciones, fruto de su audacia y su desbordante imaginación, esta sólida belleza se eleva desde una firme estructura de acero y hormigón. Esta es la manera en que este creador nos muestra como lo bello se asienta en lo sólido, como su alegría carioca se apoya en la fuerza de lo auténtico.

Haciendo edificios para la gente y poniéndole el cuerpo a las ideas, sosteniéndolas con su propia vida, pagando un alto precio en épocas aciagas.

Tomemos ese digno ejemplo, para salir de la melancolía de repetir recetas, seamos constructores de otro mañana, para salvarnos del destino trágico relatado por Buarque, según el cuál el constructor:
Amó aquella vez como si fuese última,
besó a su mujer como si fuese última,
y a cada hijo suyo cual si fuese el único,
y atravesó la calle con su paso tímido.

Subió a la construcción como si fuese sólida,
alzó en el balcón cuatro paredes mágicas,
ladrillo con ladrillo en un diseño lógico,
sus ojos embotados de cemento y tránsito.
Agradezco, estimados amigos, el inmenso honor de recibir la Orden de la Cruz del Sur, en este edificio cargado de significado. Esta condecoración, este edificio, esta ocasión, son símbolos inequívocos de la época y las encrucijadas que nos tocaron en suerte.

Los habitantes del sur tenemos ahora una magnífica oportunidad para recorrer el camino que nos lleve a la dignidad, a la inclusión social, a la ayuda entre pueblos hermanos, al futuro compartido: cobijados bajo la belleza, apoyados en lo auténtico y guiados por la Cruz del Sur.

Muchas gracias.