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La pérdida y el desperdicio de alimentos es un desafío global: se estima que aproximadamente un tercio de los alimentos producidos en el mundo se pierde o desperdicia cada año. Esta problemática no solo genera enormes pérdidas económicas —se calcula que equivale a más de USD 1 billón anuales—, sino que también contribuye significativamente a las emisiones globales de gases de efecto invernadero (representando entre el 8% y el 10% de las emisiones totales). Una de las principales causas de estas pérdidas es la contaminación microbiológica, especialmente por hongos, que afectan productos frescos y de alto valor, como panificados y productos de panadería, frutas, verduras y otros alimentos mínimamente procesados. Las soluciones actuales de conservación (conservantes químicos, empaques especiales, refrigeración) no siempre logran un control eficaz y duradero del crecimiento de hongos. Además, muchos de estos métodos no son compatibles con la creciente demanda del mercado por alimentos más naturales, saludables y sin aditivos artificiales ("clean label"). Por lo tanto, existe una necesidad urgente de tecnologías de conservación innovadoras, efectivas y sostenibles que permitan reducir las pérdidas de alimentos, minimizar el impacto ambiental y responder a las expectativas del consumidor actual.