“Tenemos el arte” escribió Nietzsche,
“para no morir de la verdad”. es que a veces, la verdad
es tan intolerable, que sólo el arte redime de las úlceras
de su luz.
En la helada mañana del 22 de junio de 2002, Marcela
tenía 25 años, y salía del hospital público
Maipú, en las afueras de la ciudad de Mendoza.
Tomó las llaves del auto y emprendió el
camino de regreso a casa, sin amuletos para entretener a los caprichos
del azar.
En una ruta, trece años antes, en 1989, su padre
había muerto en un accidente automovilístico volviendo
desde San Juan hacia Mendoza.
Eran las nueve de la mañana de un sábado
22 de junio de 2002, que recién acometía al invierno.
Marcela volvía del hospital en el que se encontraba
internada su madre, cursando un postoperatorio, dos días después
de haber sido intervenida quirúrgicamente.
Conducía un pequeño automóvil azul,
como el cielo de aquella mañana, cuando un auto la embistió
por detrás, de acuerdo al informe pericial.
Marcela estudiaba abogacía y militaba en favor
de los derechos humanos.
Había sido una de las fundadoras del movimiento
amplio de trabajo estudiantil en la facultad de derecho de Mendoza.
Junto a otras organizaciones había desarrollado
encuentros con los padres del joven Sebastián Bordón,
asesinado por la policía provincial, así como marchas
junto al padre Farinello y charlas en la facultad de derecho, buscando
esclarecer aquella muerte.
En la cassettera del auto que conducía Marcela
estaba puesto “en tránsito”, de Joan Manuel Serrat.
Su madre dice que a Marcela le encantaba “esos locos
bajitos”, canción de aquella obra.
“El arte es inútil, pero el hombre es incapaz
de prescindir de lo inútil”, dijo Ionesco. Con el debido
respeto, es posible que el hombre no sea capaz de prescindir de lo inútil,
pero el arte no lo es.
Dos meses y veinte días de terapia intensiva fue
el primer importe que el accidente le cobró a Marcela. Pero no
fue el último.
El uso del respirador artificial le produjo una fístula
en la tráquea y el esófago que fue descubierta por los
médicos recién 9 meses después.
Cuando la operaron pesaba 32 kilos, respecto de su peso
normal de 56.
La invalidez física, una “hemiparecia derecha”
que le impedía mover partes de su cuerpo, se complicó
con una osteoartritis con calcificación de las partes blandas,
a lo que debía añadirse la disminución neurológica.
Su madre, Luisa Kühne, dice que perdió su
memoria inmediata, pero que recuerda la niñez, algunos amigos,
las canciones preferidas, como “aquellas pequeñas cosas”.
Durante el 2003 Marcela viajó a cuba.
Los médicos veían como única salida
la rehabilitación en una institución pionera dentro del
universo científico, en la cual a partir del enfoque contemporáneo
de las neurociencias, se abordara la recuperación del sistema
nervioso lesionado.
Se requería una atención integral, y un
tratamiento a lo largo de toda la jornada durante interminables meses,
cayéndose y volviéndose a levantar.
Después de tres operaciones Marcela ya camina sola,
no depende de la silla de ruedas y antes de viajar a la Isla eso era
un sueño imposible.
Su madre dice que el sueño se hizo realidad gracias
a la generosa prestación de los médicos cubanos, de gran
calidez humana.
Debo decir, añade, que hoy mi hija es una mujer
con un sueño a corto plazo, que es recuperar la memoria inmediata.
El día en que Marcela caminó por primera
vez, todos en el gimnasio del Ciren la aplaudieron al verla entrar allí.
Cuando los ejercicios la hacen sufrir, se consuela cantando
“los locos bajitos”, y los médicos corean la canción
junto con ella.
Es bellamente curioso escuchar esos amorosos acordes mecidos
por los ritmos afrocubanos que le añaden los médicos,
con sus voces de fagot y violoncello.
Marcela recupera su cuerpo, su memoria y sus sentimientos
día tras día.
El sicólogo le ha dicho a Luisa que cuando “despierte”,
el momento va a ser doloroso.
Caerá en la cuenta de que ya tiene otra edad, que
sucedieron cosas a lo largo de ese tiempo, que poco se parece a lo que
era.
Pero cuando tome la decisión de terminar su carrera
de derecho, cuando sienta la necesidad de continuar con su vida afectiva,
tendrá a la mano, otra vez lo mismo que tantas a lo largo de
su vida, alguna canción de Serrat a la que aferrarse para continuar
con el camino.
“Tenemos el arte” escribió Nietzsche,
“para no morir de la verdad”.
Pero, por suerte: “de vez en cuando la vida / nos
besa en la boca / y a colores se despliega / como un atlas, / nos pasea
por las calles en volantas, / y nos sentimos en buenas manos; / se hace
de nuestra medida, / toma nuestro paso / y saca un conejo de la vieja
chistera / y uno es feliz como un niño / cuando sale de la escuela”.
Buenos Aires, 1 de marzo de 2004